12 de enero de 2010

Mis Geografías

Cuerpo tenso, manos suaves de garras comidas. Brazos ausentes, calor ajeno. Miradas extraviadas. Este país con sus ojos dice nada, para aquellos que saben de exilios del alma, la nada puede ser todo.

Los años cambiaron las paredes, me dieron nuevas sábanas, nuevas mesas que poner, nuevos vasos que llenar: los míos. Atrás quedó el lila de una habitación que nunca sentí mía. Exiliada en mi propio territorio. Ironías del tiempo, me fui pensando que extrañaría el verde del fondo de mi casa. Lo raro es que era el color lo que me daba congoja. Con el tiempo mi patio de ahora es verde. Eso sólo me recuerda el placer de mi fondo.

Ahora puedo mirar por mi ventana y ver más allá de las casas. Ver otras ventanas. Otras vidas asomándose por las cortinas.

Estas sí son mis calles, mis árboles, los colectivos que me dejan en todas partes. Los vecinos comienzan a ser mis vecinos. Los colores… los colores me llenan los ojos. Rojos techos, rojos ceibos, rojos penachos. Azul cielo, azul ventana de allá a lo lejos. Amarillo de casas, amarillo de mi casa, amarillo de cordones, amarillo de veredas.

Paseo por está ciudad que hago mía y encuentro las plantas en que me detengo por su aroma o por alguna rama. Encuentro los gatos que me saludan y que extraño cuando no los cruzo.

Me hago una con el colectivo, con el tren, con la plaza. La gente aquí se mueve, y así me gusta la gente… en movimiento.

Siento que al fin recorro mis senderos: aquellos que una vez, hace tres años, decidí andar.

04/10/2006

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