11 de marzo de 2010

Lo ajeno

Darío es un hombre callado, silencioso. Remite sus sonidos a lo básico. Nunca se lo vio conversando más que consigo mismo o con sus tantos otros en el espejo. Parece solo, pero solo parece.
Mientras toma su café con leche en el balcón divaga y nada en sus propias lagunas de pensamientos.

- Me siento ajeno a todos, parece que la vida fuera una película, por momentos dramática por otras de suspenso. No entiendo nada. O sí. Escucho a la gente que pasa cerca y no tanto y pierdo mi vida en sus propios cuentos. Me imagino en sus vidas, otras vidas. Todo parece lejos, no es mío. Es eso, no es mío, no puedo tocarlo, no puedo sentirlo, ni siquiera lo oigo. Puedo naufragar en vidas paralelas y tener la solución a todo, pero si quisiera nadar en la mía estaría totalmente a la deriva.

Adela es su ama de llaves, lo conoce desde pequeño cuando sus padres fallecieron. Mientras friega los platos en el lavabo lo mira y lo escucha aún cuando él no dice nada. Quisiera salvarlo de sus propios tormentos, pero a veces son tan profundos que ya no entiende su nacimiento.

Darío pasa largas horas en el balcón, ajeno a todo, mirando la no vida pasar no precisamente a través suyo. Cree en Dios como una costumbre, como un recuerdo de misas con culpas y confesiones sin causa. Está apagado, sin sentido. Leyó todo libro de filosofía que tuvo en sus manos, acudió al psicólogo, al tarotista, habló con sus pocos amigos. Ellos poco entendieron, los años fueron dejándolos afuera de su vida. El psicólogo dejó más dudas que certezas y una innumerable lista de problemas no resueltos.

Con el mate de la mañana llega Adela, sonriente como siempre y lista para parlotear de lo que sea. Es el momento del día en que Darío proyecta sus mejores luces.

- Ay Adela, quisiera encontrarme algún día.
- ¿con qué?
- Conmigo Adela, con qué más. ¿Acaso necesito algo más para vivir que encontrarme conmigo?
- Nunca conocí nadie que se perdiera asi mismo. No entiendo como funciona eso, ¿en qué momento te perdiste?
- En el momento en que olvidé quien era. Fue la huerfandad quizás o un ego mal parido.
- Pero Darío, sos tan joven y solías ser tan alegre. No puedo ver como desperdicias tus días lamentando algo que no entiendes. Si no lo entiendes, ¿Por qué lo persigues? Cuando te quieras dar cuenta habrá pasado todo y nunca habrás entendido nada.
- Lo persigo porque tengo la certeza que nunca daré con el clavo. Finalmente uno nunca encuentra exacto lo que quería, pero suele tener algo muy similar a eso.
- Yo cuando no entiendo algo, pongo la pava, caliento el agua y me sebo unos buenos mates.

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