15 de abril de 2010

Cenicienta...

Pobrecita.. siempre fregando. Arrodillada sobre el piso, con las ropas rotas, mojadas y llena de espuma. El dia era caluroso, se ató el pelo como pudo bien arriba y se sentía toda transpirada, con la pollera pegada al cuerpo. No veia la hora de arrancarse la ropa, tenia la remera empapada y arremangada hasta los pechos. Sus manos se hundian en el trapo de piso mojado.

Suena el timbre y se emociona, se le erizan los pesones. Era Diego, el hijo de su patrón. Sólo se miraron. Él se sentó en la silla y se tomo un vaso de cerveza que ella siempre le tenia preparado, se paso el dorso de la mano por la boca y se volco sobre el pantalon. Ella no pudo contenerse, quizo limpiarle las ropas y se cayó sobre sus piernas. Sólo se miraron, le bajó el cierre y encontró todo lo que soñó. Rojo de tensión, firme a la espera del placer. Pasó la lengua desde la raíz hasta la punta, como abrazándolo. Tenia mucho calor, ardía. Pero ya lo sentia dentro. Lo lamió hasta ver los hilos de su miel en él. Se sentó allí y lo hizo suyo hasta el final, en cada movimiento. El se perdió en sus ropas húmedas, en sus pezones erectos, los tomó como frutos prohibidos. Mordió el paraíso. Se sirvió la mejor mesa de todas, las piernas de su cenicienta, la tomó como un perro en celo, por todos sus labios rojos hasta acabarla. Ella lo tomó a él hasta llenarse de su miel mas tibia y pura por toda la cara.

20-04-2007

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