15 de octubre de 2012

Carlitos

Era tan viejito, tan viejito, que un día nació de nuevo. Se fue a la tierra de donde vino y a donde vamos. Recordó que fue joven, que tuvo un amor eterno, de esos de toda la vida, al que le dedicó sus horas, sus manos, sus palabras y su aliento. Era un hombre entero, correcto, con una moral impecable. Ni siquiera se arrepintió de no haber pecado. A veces era padre de más de tres y supo serlo. Estar ahí para dar esa mano que otro no pudo. Era un marcador de la verdad, de una verdad para mi vieja, pero que en él podía escuchar. Siempre decía "todo en su medida y armoniosamente". Nada de excesos, ni siquiera una copa ni un pensamiento. Siempre anduvo de pie, jamás cayó. Hasta que un día su savia le advirtió, que lo bueno por más bueno no es eterno, que todos caemos. Supo vivir a su buen modo. Disfrutó, se rió y llegó su hora. Sólo se recostó y esperó. Nos dió sus últimos suspiros y lágrimas. Llegué antes de que durmiera, lo peiné y le dije adiós. Fue un gusto haberte tenido a mi lado. Buen viaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.